martes, 20 de abril de 2010

TRAFICO DE ¿DROCAS?



Muy buenas, gente, de nuevo estoy aquí, para daros un poco la brasa con otra de mis aventuritas de abuelo olvidadizo…

Ya he vuelto a España, gracias a todo antes de que el volcán de Islandia cerrara todos los aeropuertos de Europa, de hecho, tengo compañeros esparcidos por medio continente, esperando a que abran los aeropuertos.

Esta vez, para venir, de nuevo vía Frankfurt, no he tenido retrasos, el embarque fue bien, el avión en tiempo, y he podido dormir 3 horas seguidas en el avión antes de llegar a la anteriormente mencionada ciudad alemana.

Todo parecía ir a pedir de boca, llegué a tiempo, con tiempo, y, tras recorrer medio aeropuerto, llegué a la zona de los escáneres.

No había demasiada gente, procedía a quitarme el cinturón, sacar el ordenador de la bolsa para que pasara de forma separada a la bolsa que lo contenía, puse la maleta de mano en otra bandeja, y pase el arco de metales sujetándome los pantalones, pues sin cinturón se me caen un poco.

Esta vez todo parecía ir genial, pues, ni siquiera, me pitaron las zapatillas (algo increíble, deben de estar perdiendo potencia los susodichos arquitos, pues siempre me pitan y me las tengo que quitar…).

Me puse en la cola a esperar mis objetos, cuando vi que apartaban mi maleta, mientras el resto de mi equipaje se dirigía a mí.

Cogí mi equipaje como pude, y me acerqué a ver qué pasaba con mi maleta.

Una policía muy seria me hizo entender que tenía que abrir mi maleta, pues algo raro se veía en el escáner, así que abrí mi maleta, que contenía… un libro (luego os lo recomendaré), y dos paquetes con…. Rosas del desierto.

Al parecer las rosas tenían formas sospechosas, por lo que me preguntó que era, a lo que conteste que piedras, que eran rosas del desierto, traídas desde Arabia Saudí.
Sin variar su expresión (podía sonreír un pelín la chiquilla, madre mía), me indicó que debía coger todas mis pertenencias y acompañarla hasta otra sala.

Llegué a una sala, con un mostrador metálico, y me volvieron a hacer abrir la maleta.

De nuevo, otro policía, este mas del puro estilo alemán, alto, gordo, calvo y también con una expresión de total simpatía en su cara, vamos, de esas expresiones que te dicen, “tío, me caes bien, ya verás lo bien que lo pasamos juntos, y lo que nos vamos a reír, sobre todo, tu” me preguntó en un exquisito ingles “¿qué es lo que llevas en estos paquetes?”, a lo que contesté en un no menos exquisito y convincente sajón “piedras, rosas del desierto”, afirmación mía que fue seguida de una no menos creíble y demoledora contestación suya “eso decís todos”…

Rodeado ya de tres policías, la chica del principio, el calvo y otro policía tan alto como el calvo, pero con una cara un poco más amigable, procedí… o procedieron a abrir el primer paquete, del cual sacaron… ohhhhhhhhhhhhhh, una rosa del desierto. Le pasaron un tipo lija por encima y lo llevaron a analizarlo rápidamente, para ver si tenía droga.

A todo esto, yo, que no llevaba demasiada ropa, empecé a sudar como si aún no hubiese salido de Arabia, pues no es nada agradable que te traten de traficante.
Como el primer paquete le pareció que no era significativo, tuve que abrir el segundo, en el que traía varias piedras sueltas, eso sí, muy bien empaquetadas, y pasaron la lija por todas ellas para ver si alguna era droga.

Mientras que ellos hacían eso y miraban a las piedras con caras extrañadas, yo intentaba explicarles como se formaban y que eran esas piedras, aunque creo que aun no lo tienen muy claro.

Tras unos veinte minutos, por fin se dieron cuenta que las piedras no eran de costo u otro estupefaciente, por lo que me dijeron que me podía ir, eso sí, que me empaquetara yo esas piedras que tanto trabajo me había costado empaquetar en casa, temblando como estaba, y me dejaron una cinta de la policía para ello, eso sí, ya no quedó tan bien embalado como antes…



Tras esto, me fui a buscar mi terminal, y, tras recorrerme la otra mitad del aeropuerto, llegué con tiempo, así que me tome una franciscaner para matar el susto.
Moraleja, no llevéis solo piedras en la maleta, y menos si es de droga, pues os paran seguro.

Para finalizar, volvamos al libro, el libro que llevaba era “El evangelio según Jesucristo”, de José Saramago, una visión totalmente diferente de la vida de Jesús, y, aunque escrito 1700 años después que el resto de los evangelios reconocidos por la “Santa Madre Iglesia”, no me nos creíble que ellos. Os lo recomiendo por que podréis tener otra visión de cómo pudieron ser las cosas.

Hasta la próxima entrega.

Besos.